Ámame cuando se esté yendo la nieve
Como todos los inviernos, cuando nos avisan de que llega una gran nevada, nos levantamos cada mañana con la ilusión de subir la persiana y encontrarnos con esa bonita estampa tan blanca, tan pura, tan limpia. Y ese día llega y todos somos un poco más felices, un poco más niños, nos apetece pisar la nieve como si nunca lo hubiéramos hecho, jugar con ella e incluso nos atrevemos a tirarnos de lleno en ella.
Pero entonces llega el día siguiente y esa bonita imagen se convierte en calles llenas de nieve deshaciéndose, sucia, embarrada, helada y acabamos llenos de agua y resbalándonos. Y, entonces, ya no nos hace tanta gracia la nieve, ya se nos han pasado las ganas de que nevara y esa felicidad que nos invadió el día anterior se convierte en enfado, en disgusto, en prisas.
Y es que como en todo, los principios son la cosa más embustera que existe. Cuando empiezas una relación todo es bonito, no hay enfados, no hay defectos, y si los hay hasta te gustan, no hay reproches. Y ahí es tan fácil ser feliz, somos un poco más niños, tenemos ilusión por todo y amar es tan sencillo que te crees que siempre será así. Y es que acaba de nevar y qué bonito es todo. Y todo te da risa y siempre hay ganas de más: más besos, más viajes, más cenas, más todo.
Pero la vida es otra cosa. Y el amor también.
Lo bonito dura un rato y entonces vienen las dificultades. Y cuando pasan esos días, meses o años (depende de cada uno, pero siempre acaba llegando) de fácil felicidad es cuando para mí de verdad llega el amor. En ese momento es cuando yo puedo decir que quiero de verdad.
Cuando me exaspero por algo que sé que no va a cambiar y aún así elijo quedarme a su lado; cuando llegan las dificultades y agarras su mano porque realmente es lo único que puedes hacer; cuando no puedes ir a donde sea que quieras ir porque prefieres quedarte con él o ella mirando como duerme porque está con 39 de fiebre.
Porque todo el mundo puede querer en una escapada en París o durmiendo en una playa perdida, pero amar en tu casa, en tu rutina, en tus errores, en tus enfados; eso no todo el mundo lo sabe o puede hacer. Amar cuando las cosas se atascan, cuando no se puede avanzar, cuando hay miedos, cuando la otra persona está rota, está perdida. Este tipo de amor es mucho más hermoso, más real, más de verdad. Ese es el amor que realmente cuenta.
Cuando a pesar de todo el incordio de la nieve del día de después, quieres que al día siguiente vuelva a nevar y volver a pasar por todo, por lo bueno y por lo malo, ahí es cuando tu amor cuenta. Cuando tu amor es real.
Y supongo que esa es la razón por la que no tenía ganas de que nevara este año porque me recuerda cuando me gustaba la nieve, cuando me gustaba de verdad, el día uno y el día dos y sobre todo el dos. Me recuerda que un día pensé que sí valía la pena que volviera a nevar. Y no solo una vez, sino cada día. Pero ahora cualquier principio lo veo demasiado lejos, porque son de verdad la cosa más embustera del mundo.
M.