MIEDO PANDÉMICO
“Tú no le tienes miedo a nada, ¿no?” Me dijo mientras me estaba vistiendo aquella madrugada en su casa. Los dos sabíamos que aquello no iba a volver a pasar. Así que lo miré y sonreí. No fui capaz de decirle que seguramente era la chica más miedosa que conocería.
Y es que me dan miedo las alturas, pasar demasiado cerca de las vías de un tren, las respuestas a algunas preguntas. Los “peros” en mitad de una frase y tropezar siempre con la misma piedra. No saber afrontar un fracaso y los tiburones. Una bañera con la cortina cerrada.
Me da miedo dejarme una vela encendida, por lo que las colecciono pero pocas veces las enciendo. O dejarme la plancha del pelo enchufada. Los petardos, esos que te persiguen. Y las despedidas, pero sobre todo no saber decir adiós.
Me da miedo decepcionar, defraudar y rendirme. Perder el tiempo y hacerme mayor. Crear falsas esperanzas. La inmensidad del mar. No saber cumplir mis sueños. La velocidad y las montañas rusas.
Me da miedo no poder volver a amar como una vez lo hice. También el atrevimiento de la ignorancia y las personas que creen saberlo todo. Perder las llaves de casa y que algo me toque cuando estoy nadando en la playa.
Si le hubiera dicho cualquiera de estas ocurrencias, tan solo se habría reído y se habría reafirmado en que, la más miedosa no, pero la más rara sí que era. Podíamos tener conversaciones de este tipo durante horas. Aquella vez habíamos hablado de la incapacidad de la gente de nuestra generación de comprometerse de verdad con algo, con alguien. Esa falta de compromiso, ese miedo pandémico, como lo llamé yo (ya sabéis, una conversación en esta década no va a ser válida si no contiene la palabra pandemia cada cinco-diez minutos).
Sé que a eso venía la pregunta. “Tú no le tienes miedo a nada, ¿no?
Un poco sí, supongo. Pero creo que no demasiado. Al menos no le tengo miedo a perdonar, a apostar por algo en lo que creo, a entregarme al cien por cien, a arriesgarme a que todo estalle en mil pedazos. A vivir, en realidad. ¿A quién pretendo engañar? Soy una yonkie de esa sensación de vértigo, sobre todo, cuando el pasado vuelve a llamar a mi puerta. Ahí cojo carrerilla y me estampo.
Así que si en esto soy valiente, creo entonces merecer a alguien que también lo sea a mi lado. Y ahí es donde aparece mi verdadero miedo (¿miedo? En realidad estoy acojonada). Lo que de verdad me da pavor es que tú no estés preparado para ser valiente (otra vez).
M.