Todos somos piezas rotas
“Al lugar donde has sido feliz no deberías tratar de volver”. Siempre hay una frase de Sabina esperando para esclarecer tus pensamientos de domingo. O de lunes, no importa el día en realidad.
Llevo tiempo buscando el camino o el billete de vuelta a ese lugar donde llegué a ser tan feliz. Y, cada vez que parece que lo encuentro, llego a un sitio que se le parece mucho, demasiado quizá, y, sin embargo, no es el mismo. Huele igual, el sol brilla igual, incluso suena la misma banda sonora. Y, sin embargo, no lo es. O, quizá sí lo sea y sea yo la que ha cambiado.
Para mí, hogar nunca ha sido un lugar. Para mí, hogar son personas. Esas que significan casa. Esas que te hacen sentirte tú, sin artificios, sin necesidad de buscar un disfraz mejor. Pero, ¿qué pasa cuando dejan de ser casa? A veces, vuelves a ellas y no te encuentras, ¿eres tú? ¿Son ellas? Quien sabe, pero ya no te sientes en casa.
En la película Tengo ganas de ti, le ponen hasta nombre: “Síndrome del campamento de verano”. Mario Casas, el inolvidable Hache del que nos enamoramos con diecisiete en A tres metros sobre el cielo, pero del que saldríamos despavoridas con 27 (lo dicho, donde fuiste feliz no trates de volver, revisionar 3MSC es un gran error), recuerda a su amigo Pollo, un jovencísimo Álvaro Cervantes, y se imagina hablando con él. Pues bien, en esta conversación, Pollo le habla sobre el Síndrome del campamento de verano: “Te vas de campamento y te lo pasas de puta madre, el mejor verano de tu vida. Vuelves a casa y te tiras todo el año pensando en el próximo campamento, en volver a repetir todo, mejor. Y entonces llega, y todo ha cambiado. Las chicas, tus colegas están raros, son extraños ya. Y caes, los mejores años fueron eso, los mejores y nunca se van a repetir”.
“Al lugar donde has sido feliz no deberías tratar de volver”.
Y, sin embargo, yo, que soy contradictoria de nacimiento (algo de lo que mi youtuber favorita, Ter, estaría orgullosa), aún rota, aún perdida, sigo buscando el camino de vuelta, aunque sepa que no es la mejor idea, aunque sepa que es imposible volver. Pero, quizá, la solución no sea volver, ni recomponer. Quizá la solución sea buscar en esas piezas rotas algo mejor, algo más bonito, algo más fuerte. Kintsugi.
El Kintsugi es un técnica japonesa que no solo une las piezas rotas de un jarrón, un plato, un vaso de cerámica, sino que, además, resalta las imperfecciones rellenando las grietas con barniz que contiene polvo de oro y, así, hace de algo roto, algo todavía más extraordinario que antes de romperse.
Vivimos en la cultura de lo finito, lo desechable, todo tiene fecha de caducidad, programada incluso. También las relaciones. No comprendemos como nuestros abuelos consiguieron vivir más de cuarenta años queriéndose, mirándose y cuidándose como el primer día. Si hay que arreglar algo que está roto, preferimos tirarlo y comprar algo nuevo y sin usar y empezar de nuevo. Siempre a la casilla de salida, pero sin conseguir pasarnos el juego.
En cambio, esta tradición japonesa busca justo lo contrario. No solo consigue arreglar algo que se ha roto, sino que lo mejora. No por hacer de los errores, las roturas, las grietas algo perfecto, sino por todo lo contrario. Busca que esas imperfecciones se vean y, con ello, consigue que ese objeto sea más bonito que antes. Pero no solo más bonito, sino también más fuerte, porque con esta técnica el objeto se vuelve más resistente.
Las cicatrices no hay que ocultarlas, sino mostrarlas para demostrar que, a pesar de rotos, hemos aprendido a vivir con esas piezas rotas, pero unidas otra vez. Como dijo una vez Ernest Hemingway: “El mundo rompe a todos, y después, algunos son fuertes en los lugares rotos”.
Mientras escribo esto, me he puesto en bucle la nueva canción de Anaju (sí, para muchos una triunfita más, pero no se por qué, yo creo que dará que hablar en la industria). Rota. A mí, la primera vez que la escuché me dejó hipnotizada. No es una canción comercial, ni para para ponerla en radios, es otra cosa, algo súper cuidado, delicado, medido, nada puesto al azar. Pero bueno, yo no soy experta en música, quizá solo fuera mi sensación, aunque eso es lo bueno de las canciones, a cada uno nos despierta algo. Y yo me sentí ella por un momento.
En palabras de Anaju, “la letra habla de cuando alguien echa la vista atrás y se da cuenta de las consecuencias emocionales de esa relación que, sin embargo, no abandona. Una atracción que incide en esa “rotura”, de la que es consciente pero no puede escapar”.
Pero ella ha conseguido hacer de todo ello algo mucho mejor, algo mucho más poderoso, algo infinito. Ha convertido esa experiencia suya en una canción. Kintsugi. “Me gusta pensar que la rotura ha quedado reparada y se ha convertido en un precioso regalo que compartir con el mundo.”
No es tanto volver o no donde has sido feliz. No es tanto arreglar aquello que se rompió. No es tanto forzar algo que no va a tener un final feliz. Es saber encontrar una forma de que tus piezas rotas lleguen a ser algo que te haga crecer. Conseguir ser fuertes en lugares rotos. Porque, al fin y al cabo, todos somos piezas rotas tarde o temprano.
M.