Prohibido olvidar
Prohibido olvidar. La primera vez que leí esta frase fue allá por julio de 2010, en un mercadillo de Toronto. Ese verano, había ido a estudiar inglés a Canadá y, una de las mañanas de clase, una amiga y yo nos miramos y nos dijimos: “¿cuándo vamos a tener la posibilidad de recorrer estas calles en un futuro? Así que nos fuimos. Después de andar un rato, tumbarnos en los parques inmensos que tiene esa ciudad y dar de comer a alguna ardilla, llegamos a un mercadillo en el que uno de los artesanos, que vendía pulseras y colgantes hechas con monedas de todos los sitios que había visitado, llevaba esta frase tatuada en el brazo.
Como buenas curiosas, nos quedamos embelesadas con todas las historias que nos contó, con todos los lugares que había visitado. No recuerdo cómo se llamaba, pero sí que las playas cristalinas de Panamá eran su lugar favorito del mundo.
Prohibido olvidar. Le preguntamos por el tatuaje. “Todo lo que vives te va a empujar hacia delante, lo bueno, lo malo, los momento felices y también los tristes. Prohíbete olvidar todo lo que vivas, recuerda todo lo que sientas, todo lo que te ha hecho reír y también lo que te ha hecho daño”. Algo así nos dijo. Ese fue el primer recuerdo que, conscientemente, me prohibí olvidar.
Y, como suele ocurrir con los recuerdos, este, sin ninguna razón aparente, me vino a la cabeza hace unos días. En mi enésima visita a Instagram, viendo sin mirar las historias de la gente, de repente, retrocedí una en la que estaba sonando esta canción.
Hacía años que no la escuchaba y, solo con oír dos acordes, volví a tener 13 años. Me vi con mis amigas de siempre en la puerta del kiosco al que íbamos cada día, con una bolsa de pipas tijuana y otra llena de chucherías. Volvíamos a llevar esos flequillos raros (horribles más bien), aparato en los dientes y cinturón plateado a juego con manoletinas plateadas. Una de mis amigas nos estaba pintando los labios al resto con uno de esos gloss transparentes de sabor a fruta.
Lo más bonito es que, por un segundo, unas milésimas de segundo, me sentí allí. Y es que los recuerdos son así, no solo te hacen volver a vivir algo, sino también sentirlo. Es solo un momento, pero lo notas, es real. Y olvidarás los detalles de lo que pasaba o incluso algunos de los que recuerdes no sepas sin son exactamente reales, pero lo que no podrás olvidar es cómo te sentías. Porque “se puede olvidar lo que pasó pero no cómo se sintió”.
Y, de este recuerdo, salté a mi verano en Canadá y a la que pasó a ser una de las frases que más he repetido y me he repetido: prohibido olvidar.
Los recuerdos aparecen sin darte cuenta. Una canción, un olor, una voz, una película, una fotografía y no hay vuelta atrás, ya puedes correr que no tienes escapatoria y el recuerdo siempre ganará la partida. Y lo malo es que la memoria es traicionera y, cuando menos quieres que aparezcan determinados recuerdos, más nítidos lo hacen.
Hay momentos en la vida en los que pasas los días luchando contra ellos. Corre, corre, corre, que no te alcancen los recuerdos. Pero al menor despiste, cualquier pequeña tontería derrumba tu coraza, es inevitable. Ya lo decía el 20 de Neruda, es tan corto el amor y tan largo el olvido. Puedes enamorarte de una persona en un instante, pero olvidar, olvidar es otra historia.
Y entonces piensas: pagaría por olvidarme de todo, borrar, suprimir. Pero, ¿de verdad lo harías?
Con esta pregunta en mi cabeza, me volví a ver una de mis películas favoritas de (des)amor, Eterno resplandor de una mente sin recuerdos. (En español, realmente se llamó Olvídate de mí, pero me niego a no utilizar su título original, no sé a que mente privilegiada se le ocurrió cambiarlo). En ella, sin hacer mucho spoiler, los protagonistas, una pareja que con los años han llegado a odiar todo aquello que los enamoró, deciden someterse a un borrado de los recuerdos que tienen del otro (la dosis justa de ciencia ficción). Parte de la película transcurre dentro de la cabeza de Joel mientras son borrados los recuerdos que tiene de Clementine. Y vas viendo cómo, aunque decidido en un principio a borrar los recuerdos porque le producen dolor, acaba dándose cuenta que borrar a alguien supone también borrar las cosas buenas que viviste con esa persona, no solo las malas.
-“Por favor, déjame quedarme con este recuerdo, solo con este”. –Joel Barish.
El resultado puede ser dejar atrás una de las cosas más bonitas de tu vida, esa historia, que no debe quedar marcada solo por el final. Sería como perder una parte de nosotros mismos y ¿quién quiere andar por la vida en pedazos?
Así que no, me niego a olvidar, me prohíbo olvidar una vez más. Como una vez dijo Pío Baroja: “En buena parte somos la prolongación de nuestro pasado; el resultado de un recuerdo”. Somos lo que hemos vivido. Siempre he considerado que una relación, ya no solo de amor, sino cualquier relación de amigos, familia…, se va creando no solo cuando vivimos algo, sino cuando recordamos lo vivido.
Y, ahora más que nunca, llevamos más de un mes viviendo de recuerdos.
M.